Lealtades que pesan y ciclos que se repiten: el desafío de no volver al mismo lugar.

Me tocó defender un proyecto político con convicción, atravesar momentos duros y tender puentes con diversos actores locales. También me tocó advertir —en su momento— decisiones que terminaron debilitando alianzas, alejando a personas valiosas y cerrando los espacios de diálogo interno. Lo dije muchas veces: cuando se deja de escuchar, se empieza a perder el rumbo.

Lo que comenzó como una apuesta colectiva, terminó volviéndose un proyecto personalista. Y eso tiene consecuencias. Lamento que quienes creímos en algo más grande que una sola figura, veamos hoy cómo esa fractura es usada para alimentar nuevas pugnas, muchas veces vacías de propuestas y desconectadas de las verdaderas necesidades de la gente.

Lo más paradójico es que estas disputas, lejos de abrir caminos hacia el futuro, solo han servido para revivir liderazgos gastados, figuras superadas por la ciudadanía, que hoy reaparecen impulsadas por errores no reconocidos y por la falta de una renovación política real.

Recientemente, los hechos han sido elocuentes. Se insistió en respaldar a quienes desde el inicio generaban dudas. Se ignoraron advertencias, se desestimaron consejos, se cerraron puertas. Hoy, quienes fueron respaldados sin reservas, son los que encabezan las acusaciones más duras. Y esto deja una enseñanza amarga pero clara.

En política se habla mucho de lealtad, pero se practica poco. Para muchos, la lealtad es válida solo cuando sirve a sus propios intereses. Cuando incomoda, se convierte en traición. Cuando llama a la reflexión, se transforma en silencio.

Con el tiempo entendí que la verdadera lealtad no es con una persona, sino con los principios, con el equipo que empujó desde abajo, con quienes confiaron, con el territorio que representamos, y con los valores que defendimos cuando las condiciones eran más difíciles.

No estoy en guerra con nadie. Pero tampoco estoy disponible para batallas que no comparto. No vine a repetir esquemas viejos, ni a ser escudo de errores ajenos. Hace más de ocho años volví a mi comuna a construir algo distinto: una política más digna, más transparente, más humana.

El camino que elijo es otro: uno más sereno, más abierto, más comprometido con el futuro que con el pasado. No se trata de revancha, ni de nostalgia. Se trata de convicción.

Porque si seguimos eligiendo liderazgos solo a partir del cuestionamiento a la administración anterior —desde el "ellos lo hicieron mal, nosotros lo haremos mejor"— sin propuestas claras, sin construir desarrollo verdadero, seguiremos atrapados en el mismo péndulo que hoy nos divide y nos impide avanzar.

Y mientras tanto, el desarrollo local, la participación ciudadana real y el bienestar de nuestra gente, quedan relegados a segundo plano.

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