Lo público no puede ser partidista

 

Lo público no puede ser partidista

Cada decisión, cada programa y cada inversión pública que busca mejorar la vida de las personas depende, en última instancia, del acuerdo entre instituciones del Estado. Pero esas instituciones no son entes abstractos: están dirigidas por personas, muchas de ellas ligadas o adherentes a partidos políticos. Y cuando lo público se confunde con lo partidista, se pierde el sentido original del servicio público.

En ese punto ingresamos a un terreno complejo, donde los intereses colectivos comienzan a mezclarse con las disputas históricas entre grupos y colores políticos. De pronto, los recursos que deberían destinarse a fortalecer comunidades o territorios terminan siendo administrados según cálculos electorales o personales.

La pobreza y la desigualdad, entonces, no surgen por falta de recursos, sino por la falta de una verdadera conciencia pública; por el exceso de divisiones y de egos que nublan la vocación de servicio. Lo que escasea no son las herramientas, sino la voluntad de ponerlas al servicio del bien común.

Por eso sigo creyendo que el cambio profundo nace desde abajo, desde los procesos sociales y comunitarios. Allí se hace la política real: esa que escucha, construye acuerdos y transforma la convivencia en proyectos compartidos. Esa política que no depende de una bancada, sino de una comunidad que se reconoce en un propósito común.

Hoy más que nunca necesitamos recuperar la confianza en lo público. Y eso comienza cuando la gente se organiza, dialoga y toma decisiones desde su territorio. No hay transformación más auténtica que la que surge de la participación consciente y del compromiso colectivo con el futuro.




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