TODO PARTE CONMIGO; LA TENTACIÓN DE REINICIAR LA HISTORIA.
Uno de los síntomas más visibles —y lamentables— de la cultura política chilena es la obsesión de muchos actores por actuar como si la historia comenzara con ellos. Al llegar al poder, pareciera que se activa una lógica en la que todo lo anterior debe ser desechado, invisibilizado o, en el mejor de los casos, apropiado sin reconocimiento. Es una especie de "año cero" político, donde se niega el valor de lo construido y se busca controlar el relato total.
Esta actitud no distingue colores políticos. La vivimos en los primeros años del gobierno del presidente Boric y su sector, el Frente Amplio, que con ímpetu juvenil —y cierta soberbia generacional— buscó instalar un nuevo ciclo, muchas veces desde la negación del pasado reciente. El aprendizaje, sin embargo, ha llegado con los golpes de la realidad y el paso del tiempo.
Misma actitud se visualiza en gobiernos locales, más allá de las diferencias ideológicas, aflora un modo de gobernar centrado casi exclusivamente en lo comunicacional. En la era de las redes sociales, donde lo visual y lo inmediato parecen definir el éxito, la gestión y la política —dos pilares fundamentales de cualquier administración— quedan relegadas.
La triada clásica para gobernar: gestión, política y comunicación, pierde equilibrio cuando todo el esfuerzo se orienta a construir relato y presencia mediática, descuidando la profundidad de las decisiones y la articulación con la ciudadanía.
No se trata aquí de negar las diferencias políticas ni de exigir continuidad mecánica entre administraciones. Se trata de una pregunta más profunda: ¿cómo queremos construir país, región o comuna? ¿Desde la arrogancia de la hoja en blanco o desde la humildad de sabernos parte de una cadena más larga que nos trasciende?
Reconocer lo hecho por otros no debilita una gestión; al contrario, la engrandece. Agradecer, continuar y mejorar no es sumisión, es madurez política. La democracia no es una sucesión de rupturas, sino una conversación larga, a veces tensa, entre generaciones de ciudadanos y ciudadanas que sueñan con un país mejor.
Comprender esto no es solo un gesto de humildad institucional; es una condición básica para fortalecer el desarrollo local. Las comunidades no avanzan desde la imposición ni desde la negación sistemática del pasado, sino cuando logran articular continuidad y cambio con sentido colectivo. En territorios donde los recursos son escasos y los desafíos complejos, la colaboración intergeneracional y política no es un lujo, sino una necesidad estratégica. Solo así se construyen procesos sostenibles, con identidad, memoria y futuro compartido
FZP.
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